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RELEYENDO A SHAKESPEARE. Por Jesús García Moreno

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Cómo en la Inglaterra de finales del siglo XVI y principios del XVII, los autores de teatro se permitían expresar, a través de los personajes de sus obras, duras y crudas críticas a los diferentes estamentos  que ostentaban el poder:  los potentados, los representantes  de la judicatura,  y, a través  de la descripción de las prendas de vestir  que tradicionalmente han distinguido a los príncipes de la iglesia y a la realeza:  […]” la púrpura y el armiño”[…] no deja a títere con cabeza.  Hasta la propia Justicia es revolcada por el fango de sus abusos y prevaricaciones al amparo del vil metal. Eso sí, lo valiente no quita lo cortés, y el autor acaba el incisivo diálogo (que reproducimos más abajo) haciendo referencia a la locura del protagonista que es, sin duda, la causante del discurso. Todo y así, a través del personaje Edgardo, se despacha a gusto reafirmando  en lo expuesto al escribir que  […]  ¡Tanta razón en medio de la locura!

No es la única obra de William Shakespeare (1564-1616) en la que, aprovechando circunstancias desafortunadas o desgraciadas de los personajes protagonistas, el autor lanza severas críticas a la sociedad inglesa de su época que fue en su mayor parte coincidente con el reinado de Elizabeth I ( Reinado 1558-1603).

Siempre es interesante e instructivo el releer a los clásicos, de cualquier época o civilización. Ellos contribuyeron, con sus obras , al saber reflejar con  inteligencia  y capacidad críticas las circunstancias y avatares que envolvieron a  sus vidas,   a la forja de una cultura  que   sobrepaso a su propia realidad proyectándola al futuro en forma de legado imperecedero.

 

EL REY LEAR, ( Escena VI, cuadro 2, cerca de Dover), William Shakespeare

 

Lear. —¿Estás loco? Se puede ver cómo va el mundo sin tener ojos. Mira con las orejas. Ve allí como un juez injuria a aquel ladrón sincero. Presta el oído. Cámbialos de sitio por arte de birlibirloque. ¿Quién es el Juez? ¿Quién es el ladrón?¿No has visto al can de una granja ladrar a un mendigo?

Gloster. —Sí señor

Lear. — ¿Y correr a la criatura huyendo del gozquecillo[i]? Ahí puedes contemplar la gran imagen de la autoridad: un dogo[ii] que es obedecido cuando ejerce su ministerio. ¡Bellaco, esbirro, detén tu mano ensangrentada! ¿Por qué azotas a esa puta? Desnuda tu propia espalda ya que ardes en deseos de cometer con la moza el delito que castigas. El usurero hace prender al ratero; los vicios pequeños se ven a través de los andrajos; pero la púrpura y el armiño lo ocultan todo. Cubre con planchas de oro el crimen, y la terrible lanza de la Justicia se romperá impotente ante él; ármalo con harapos, y, para traspasarlo de parte a parte, bastará una paja en manos de un pigmeo. No hay nadie pecador, ni uno solo, ¿lo entiendes? Yo los observaré a todos. Escucha, amigo mío: te lo digo yo, que tengo el poder de cerrar la boca del acusador. Ponte anteojos, y, como un politicastro rastrero aparenta ver lo que no ves. Vamos, vamos, vamos. Quítate las botas. Más fuerte, más fuerte. Ya está.

Edgardo. — ¡Oh mezcla de buen sentido y de absurdo! ¡Tanta razón en medio de la locura!


[i] Perro pequeño y muy ladrador

[ii] Perro grande y poderoso, que se emplea para la defensa de las propiedades y  la caza peligrosa.

 

Shakespeare,William, “Obras Completas”.  Editorial Aguilar, S.A de Ediciones. Madrid 1972

Traducción de Luis Astrana Marín

 

 


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